5.15.2019

La Romería de San Isidro en 1876



1876. 15 de mayo
LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA
AÑO XX. NÚM.XVIII

LA ROMERÍA DE SAN ISIDRO.

ANTAÑO Y OGAÑO.
por Ricardo Sepulveda


"Entre ocho y nueve bajaban por la Cuesta de la Vega al Campo del Moro y la Pradera las damas más renombradas de este Madrid"

"Una vez en la pradera es verdaderamente magnífico el espectáculo que allí se ofrece sin contar el de las innumerables tiendas de vinos ó binos, que de todo se lee en el tránsito"

No es ilusión.—Yo he leido que Madrid tuvo en sus mocedades una vega florida, y que en esta vega hubo un sotillo, renombrado por sus misterios, donde el 1º de Mayo se celebraba la fiesta de Santiao el Verde; que á esta fiésta, poetizada por Lope, Rojas, Calderón y otros ingenios de la villa, acudían sin excusa, desde el Monarca hasta el último vasallo ; en carroza, las reales personas y la corte con las damas apergaminadas ó de más pergaminos; en silla de manos, el corregidor y algún abad mitrado ó consejero de Castilla; en mula Señorial, enjaezada á la morisca, los hidalgos de gotera y gente moza de clase ;á pié los escritores y artistas de la calle de Cantarranas, y en jumentos, formando cuadrillas alborotadas, los vecinos de las Vistillas, del Lavapiés, de la Carrera de San Francisco y barrios adyacentes. 

Por aquella vega pasaba el Manzanares, rio murmurador é inquieto, de cortesanas guas, acasi navegables, que estuvo pidiendo puentes para darse tono en sus crecidas, hasta que Tirso le tapó la boca con su célebre sátira:

« No os corrais, el Manzanares;
Mas ¿cómo podéis correros,
Si llegáis tan despeado
Y de gota estáis muriendo? » 

Y, sin embargo, es fama que las algas del rio velaban en Agosto todos los años á más de una seductora náyade, y que en sus orillas, esmaltadas de margaritas y berros, triscaron los rebaños de la arcadia madrileña.
— ¡ Qué idilio tan precioso si lo viéramos hoy!

En aquella vega y al lado de aquel rio tuvieron el Monarca su Casa de Campo; el arzobispo Sandoval la Moncloa; el Duque de Alba la Florida; los magnates sus plácidos retiros; los mayorazgos sus huertas y jardines ; las damas su parque del alcázar para dejarse ver en las mañanitas de Abril y Mayo ; los bizarros galanes una tela junto á San Francisco, para lucir su destreza en la equitación, en la sortija y en el arte de quebrar lanzas y rejoncillos, tendiendo un toro en la arena ó siendo volteados por la fiera. Por último, el alegre y decidor pueblo de la villa tenia para su solaz la Pradera del Corregidor con sus célebres verbenas, las alamedas y los bosques del Manzanares, la fuente de la Teja y los sotos de Luzon, de la Villa y de Migas-calientes.

 Para que nada faltase al carácter peculiar de aquellos tiempos, la vega del Manzanares tuvo, como Córdoba y Monserrat, sus ermitas del Ángel, de San Dámaso, de San, Antonio de la Florida, de la Virgen del Puerto y de SAN ISIDRO, con sus praderas adjuntas, donde cada año se celebraban, en los dias del Titular, las romerías bulliciosas que han llegado hasta nosotros palpitantes de interés y de atractivos.
La ermita de San Isidro existe en el mismo lugar.

De las antiguas posesiones, de aquellos bosques, alamedas y jardines (¡pena me da decirlo!) apenas se conserva vestigio. Quedan por excepción los puentes de Toledo y de Segovia, luciendo su gallarda estructura sobre el cautivo lecho de un rio, que se ocultó de vergüenza al sentirse humillado por las lavanderas, el egregio Manzanares, que mojó el Manco pié de la Diana de Montemayor; quedan la Casa de Campo, la Moncloa y la Florida, y ocupan el misino sitio que tuvieron antes las nuevas ermitas de la Virgen de! Puerto y San Antonio de la Florida. 


Pero en cambio desaparecieron las mañanas de Abril y Mayo con sus intrigas y galanteos ; la tela de justar, las florestas, viveros y jardines.
Queda, no obstante, y á esto venía á parar con esta excursión descriptiva, la pradera histórica de tupido césped, y en ella el recuerdo querido délas zarabandas, la tradición de las verbenas y la vistosa y alegre romería que el pueblo de Madrid dedica todos los años á su amado patrón el glorioso San Isidro. 

Veamos, antes de describirla tal como es actualmente, lo que era la romería del Santo por los siglos XVI y XVII.
Apénas las últimas luminarias de la albada de San Isidro ocultaban sus destellos ante el brillante resplandor de la aurora del 15 de Mayo, el ermitaño, que era un labrador á la usanza del tiempo, medio clérigo, medio seglar, abria la puerta de la ermita, en cuyo dintel aguardaban llenos de recogimiento los capellanes
de la Virgen del Puerto y San Antonio de la Florida, encargados de decir las primeras misas; algunos mandaderos de los conventos de monjas, que madrugaban para recoger agua de la fuente de la Salud en sendas botellas; varios hermanos de las órdenes mendicantes con la alforja al hombro y el borriquillo al alcance de la suave vara de fresno, dispuestos á trasladar á sus santas casas el contenido de los puestos de comestibles y golosinas, si para ello dieran licencía los dueños; beatas madrugadoras, á quienes el histerismo místico tenía en perpetuo insomnio; algún embozado de porte altivo con la nariz al viento y la flamberga levantando por detras los pliegues de la airosa capa; soldados de los tercios con licencia y en disponibilidad á media soldada; algún chulillo trasnochado de vigía para dar el alerta, y una turba de lazarillos y granujas como el que sirvió de tipo á Velazquez para su cuadro del Ciego, que existo en Palacio, en el despacho del Subsecretario de Ultramar.

"Detras de la nobleza venían la clase media y el pueblo, aquélla presidida por estudiantinas bulliciosas, y éste por comparsas de majos que tañían guitarras, bandurrias y mandolinas, acompañadas por el repiqueteo de los crótalos ó castañuelas de los barrios bajos."


Entre ocho y nueve bajaban por la Cuesta de la Vega al Campo del Moro y la Pradera las damas más renombradas de este Madrid, que en todos tiempos ha sido emporio de bellezas femeninas, unas en carrozas doradas con blasones aristocráticos y soberbios corceles; otras en mulas enjaezadas según el estilo del tiempo de Isabel la Católica; otras en sillas de mano con las cortinas corridas para evitar el polvo, y otras á pié luciendo ese garbo cadencioso del andar español, que es la desesperación de las mujeres nacidas en tierra extranjera. Los lindos y sigisveos ocupaban el puesto que la galantería les designaba, sirviendo á las damas de escuderos.

A derecha é izquierda del camino una compacta fila de mendigos, tullidos y estropeados demandaba la caridad pública con tono plañidero y con acento gruñón y rudo, porque el pobre de aquel siglo era un compuesto de mendigo y bandido, que así pedia limosna en latín macarrónico exclamando: facilote caritatem, como reclamaba la bolsa en castellano, gritando poco más ó menos: Boca abajo todo el mundo.

Detras de la nobleza venían la clase media y el pueblo, aquélla presidida por estudiantinas bulliciosas, y éste por comparsas de majos que tañían guitarras, bandurrias y mandolinas, acompañadas por el repiqueteo de los crótalos ó castañuelas de los barrios bajos.

El repostero mayor, no de palacio, sino de la pastelería del Mesón de Paredes, donde Quevedo, Cervantes, Calderón y Lope acudían con frecuencia á saborear los hojaldres, que han llegado hasta nosotros con la fama literaria de la casa, existente aún, había esparcido de antemano por aquellos campos á sus dependientes cargados de empanadas de ternera, de cubilete, de picadillo y almendra, de huevos hilados, de perdices escabechadas, de conejos y cabritos asados y de ropa vieja á la castellana, porque en aquel entonces dominábamos todavía en Europa y no había menus franceses en nuestras meriendas.

Tampoco se usaban tiendas de campaña. Bastaba á las necesidades de los romeros el puesto de viandas con el tenderete de lona, que hacia un poco de sombra, y para merendar ofrecía espléndido comedor la pradera esmaltada de flores.
Al escucharse el toque del Ángelus en el convento de San Francisco, que repetían al unísono los monasterios de Atocha, San Jesónimo y Recoletos, todos los oncurrentes á la romería se descubrían piadosamente, rezaban la oración, y en seguida, formando corrillos, arreglaban sus mesas campestres sobre el mullido césped, sirviendo á veces los mantos de manteles, y almorzaban, comían ó merendaban, empezando invariablemente por la nacional ensalada de lechuga con cebolla y huevos duros. El peleón de Arganda, la ratafia y el hipocrás circulaban de mano en mano en tazas de Alcorcon ó en vasos de cristal y de cuero. Luego los señores bailaban con mucha tiesura la zarabanda, y el pueblo unas seguidillas primitivas parecidas á las habas verdes.


"Una nube de carruajes se lanzan á todo escape desde la Puerta del Sol,cuesta abajo por la de la Vega, ó se desbocan desde la plaza de la Cebada y sus contornos, por la fábrica del Gas, hasta la puente Toledana y ermita de San Isidro."

Y al toque de oración, después de santiguarse devotamente todos los circunstantes, cada cual desfilaba con
su cada cual por diferentes caminos, recalando pocos en el corral de la Pacheca, que solia dar este dia función de noche, y yendo los más á acostarse rendidos de cansancio.
Así terminaba la fiesta de San Isidro en los siglos pasados, sin escándalos y sin muertos. No se conocía la navaja. ¡ Dichosa edad! 


Ahora es el pueblo el que principalmente frecuenta la histórica pradera del Manzanares, y en sus escondrijos, formados con tablas, esteras y desechos de cortinas ó telones, se atraca de buñuelos freídos á la vista, entre nubes de humo y abundante sudor, ó se administra enormes pedazos de atún en escabeche conservado en aguarrás, vulgo vinagre.
Al amanecer empieza el movimiento de los romeros contemporáneos. No es ya la tradición religiosa ó la devoción al glorioso San Isidro la que conduce á la mayor parte: es el deseo de divertirse y cometer toda clase de locuras casi en las barbas del Santo.

Una nube de carruajes de todos los tiempos y procedencias, desde el calesín carcomido hasta las diligencias (sólo falta el tranvía, que acaso le veamos algún año), se lanzan á todo escape desde la Puerta del Sol,cuesta abajo por la de la Vega, ó se desbocan desde la plaza de la Cebada y sus contornos, por la fábrica del Gas, hasta la puente Toledana y ermita de San Isidro.

El jaleo fino, que se arma con tal motivo, principia desde la noche anterior, en que acampan en la pradera los fondistas, buñoleros, vendedores y parientes de la tía Javiera, tía de todo el que hace rosquillas, y matrona á quien siento no haber tenido el gusto de conocer, aunque sólo sea por la inmensa fama que ha sabido conquistarse con su buena pasta. Lo mismo me sucedió con D." Mariquita, otra española que pasará á la posteridad por el renombre que alcanzó repartiendo mojicones á todos los que tomaban chocolate en su casa.



Pues, como decia, los coches son tomados por asalto. Se oyen en ellos dichos agudos, frases alegres, algunas capaces de enrojecer las mejillas de un cabo de gastadores; corren de mano en mano botas de lo tinto, y entre el chasquido de la fusta y los votos del mayoral, que no vota nunca más que á sus caballerías, algún Tenorio moderno aprovecha los instantes de algazara para hablar al oído á la linda vecina, que la tiene casi cosida al chaquet (tan estrechos están los asientos), y la pobre muchacha se pone tan sofocada que parece que la va á dar algo.

"figuras de barro; de buñuelos y leche de las Navas; fondas con su mesa redonda, que siempre es cuadrada; entoldados para bailes serios (no sé cómo se baila en serio); mucho Tio Vivo, y algún tio muerto en riña, como suele suceder"

Durante el camino es á cada instante más variada la colección de tipos que, á pié y en coche, se dirigen á la pradera. Parejas más ó menos amarteladas, mamas más ó menos gordas de vista, grupos de jóvenes solteras más ó menos cursis, forasteros más o menos incautos, y una procesión de pobres, ciegos, cojos, mancos y fenómenos de la naturaleza, todos ellos más ó menos artificiales. Es decir, que en el camino y en la romería hay sus más y sus menos.

Una vez en la pradera es verdaderamente magnífico el espectáculo que allí se ofrece sin contar el de las innumerables tiendas de vinos ó binos, que de todo se lee en el tránsito. Infinidad de puestos de comestibles y bebestibles; de juguetes y figuras de barro; de buñuelos y leche de las Navas; fondas con su mesa redonda, que siempre es cuadrada; entoldados para bailes serios (no sé cómo se baila en serio); mucho Tio Vivo, y algún tio muerto en riña, como suele suceder; versos en algunas muestras; la iglesia llena de gente risueña, y él cementerio invadido por secciones de ambos sexos que no guardan toda la compostura debida ; la fuente de la Salud atestada de devotos y devotas, que esperan obligar al novio á que se case pronto bebiendo un vasito, con lo cual consiguen tener un marido pasado por agua; escamoteos dignos de Macallister; parejas misteriosas tomando en un café la clásica tostada; mucha gente del bronce dispuesta á armar una bronca por si te miró ole miraste....; varias meriendas sobre la empolvada alfombra; innumerables botijos, grandes y chicos,de los que hacia el Santo cuando era niño; mucho señorito pifando; mucho baile campestre y algún agente municipal (que también se suele ver alguno). Hé aquí condensado en pocas palabras todo cuanto se observa al primero y al segundo golpe de vista en esa animada zambra española que se llama la romería de San Isidro.

Después cuando llega la noche, y sin que ninguno de los romeros se haya apercibido de si ha sonado el toque del Ángelus ó el de Oraciones, los concurrentes regresan á sus hogares, ellas con los vestidos rotos y las mejillas encendidas ; ellos con el sombrero hacía atrás y deshecho el lazo de la corbata; todos con los bolsillos llenos de golosinas, las manos ocupadas con botijos y flautas, y algunos con el estómago inundado de zumo, que les obliga á caminar en línea curva constantemente.

Por último, la navaja, que, como ya he dicho, antiguamente brillaba por su ausencia, brilla ahora de vez en cuando para esconderse en el pecho de algún contrario.— Otros tiempos requieren otras costumbres.

RICARDO SEPÚLVEDA.
15 de Mayo de 1876.











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