8.29.2018

UNOS GAITEROS GIJONESES DEL SIGLO XVIII



UNOS GAITEROS GIJONESES DEL SIGLO XVIII
Por Luís Argüelles

UN MOLINERO Y UN ENTERRADOR FORMABAN LA PAREJA

Se tiene por opinión cierta la suposición de que hace siglos abundaban aquellos que, de una manera más o menos pofesional, como músicos populares tañían gaita y tambor.
Más cuando estos rumores se quieren documentar comienzan las dificultades para poder mantenerlos como cierto. Así que pongamos un ejemplo.
Una fuente que socorre con facilidad a cuantos averiguadores hay no es otra que el tan conocido Catastro del Marqués de la Ensenada, y que en esta ocasión usaremos para la villa gijonesa. Utilizaré, para los curiosos que desean conocer más detalles en la citada fuente, dos guarismos: el primero corresponderá a la respuesta, el segundo al inciso; las demás fuetes irán indicadas abreviadamente en el texto. Escojo precisamente esto porque nos valdrá para lo dicho, y anotar una carta de Jovellanos a Ponz que nos pondrá en escena a nuestros gaiteros.




GABRIEL MENENDEZ, TAMBOR, PREGONERO Y ENTERRADOR

Gijón, como las demás poblaciones, tenía su pregonero que anunciaba al vecindario bandos, avisos oficiales y particulares, como otra información de interés para cuantos en la villa vivían
En la villa gijonesa se convocaba a redoble de tambor y no con corneto o cuerno, como en otros lugares de Asturias, que para ello pagaba el Regimiento poco más de quince reales vellón semanales a Gabriel Menéndez, que como tambor pregonero le tenía asalariado (25:22/32:129)

Como, sin duda, el salario de vocero oficial no daba para mucho y tiempo había para otros menesteres, dedicábase también al oficio de enterrador en la parroquia de San Pedro, única entonces en la villa, por cuyo trabajo escaso, que muchos vecinos no había -no más de 2.450 en todo el concejo (21:1) - tenía asignados ciento ciento cincuenta reales de vellón al año (32:120)

Más como la familia pide ingresos con qué atender mejor, aprovechaba su habilidad de tambor para asistir como profesional a las festividades y funciones, de las que , entre unas y otras, obtenía un montante de setena y dos reales de vellón anuales (32:129).

Así que Gabriel Menéndez hacía unos ingresos de novecientos cincuenta y dos reales al año, los cuales podría considerarse no menguados, si lo comparamos con los taberneros, ya que Julián González Calleja, propietario de la mejor taberna de vinos de la villa, ganaba seiscientos reales (29:1) y los expendedores de sidra quinientos (29:14 y ss.) ciertamente sustanciosos si consideramos los ingresos don Joaquín de Hurquía, único médico de la villa, que era de mil quinientos reales anuales (32:43). Puede considerarse, pues, que nuestro tambor Gabriel Menéndez era hombre pudiente y popular como pregonero, tambor, músico y enterrador.

FRANCISCO MARINO, GAITERO Y MOLINERO

El gaitero de Gijón, único que había en la villa a mediados del siglo XVIII, y es posible que el primero de nombre conocido entre los gijoneses, se llamaba Francisco Marino.
Ejercía su oficio porque sabía tañer la gaita con gusto en las festividades y con aceptación de los populares; tanto es así que era llamado a otros lugares fuera del condejo, lo cual indica que no solamente era buen profesional de la gaita, conocedor de misas y otras funciones, sino también de danzas y bailes solista y acompañante del divo de turno. Toda esta actividad artística de nuestro Francis Marino le reportaba unos ingresos de doscientos reales (32:127).

Pero nuestro gaitero popular ejercía también una industria saneada, famosa por sospechosos ingresos, según rumorea el pueblo, porque los molineros jamás apearon la matraca de la sonsaca y la sisa declamada por convecinos
Digo esto porque nuestro gaitero tuvo molino de dos molares arrendado en la parroquia de San Pedro del Fresno, en el concejo gijonés, a su propietario don Juan Francisco de las Sala, vecino de Gijón.
Los beneficios de esta industria harinera le representaban al año, maquila a maquila -según propia declaración de utilidades-, 38 fanegas, de las que 19 entregaban al “amu”, es decir, que lo partían por igual (17:13). La especie convenida era el maíz.

Naturalmente, se guardó muy bien de poner de manifiesto lo que le quedaba por “barreduras” para la casa..
Estas 19 fanegas representaban 244 reales de vellón, según estimación hecha en 1752.
Por tanto, tenía unos ingresos anuales por linero y gaitero, oficialmente, de 444 reales de vellón; es decir, 508 r.v. menos que su compañero con quien formaba pareja en las solemnidades y regocijos.
Lo que confirma, una vez más, que por maquila no se pasaba el “raseru” igualmente para pagar que para cobrar. Estos tan pícaros como útiles molineros tenían costumbre de “limpiar les mueles dacuando”; piedras y caja, como además con “les barredures del baranzal” con qué engordar al “gochu”.

NOTA A LA CARTA VIII DE JOVELLANOS A PONZ

Considerando la fecha y noticias contenidas en el Catastro del Marqués de la Ensenada (Archivo del Ayuntamiento de Gijón), extendido entre 1752 y 1754, y considerando lo anotado por Jovellanos en su carta VIII a Ponz, sabiendo que éste abandonó su villa natal a los trece años, debemos sospechar que la pareja formada por Francisco Marino, gaitero, y Gabriel Menéndez, tambor, estaban el día de San Miguel de Contrueces en donde se describen los hechos.
Es interesante todo ello por cuanto complementa con pintura feliz el ambiente folklórico en que se desenvolvía nuestra pareja de músicos.

LA ROMERÍA DE SAN MIGUEL DE CONTRUECES

En los días de San Fernando y San Miguel se celebraba feria de ganados en el termino de Contrueces, de la parroquia de “Ciares” (Catast. 29:64).
En la inmediaciones de la ermita de Nuestra Señora de Contrueces, patrona de Gijón ( que no la de Begoña, como quieren aparentar), se celebraba la romería (Jovellanos a Ponz VIII; Diarios 2.jn.1973), donde se colocaban a la redonda tiendas, toneles de sidra y vino desde la tarde anterior y romeros que asisten a vísperas forman pabellones para pasar la noche “que se pasa toda en bailes y gresca a orilla de una gran lumbrada que hace encender el mayordomo de la fiesta, resonando por todas partes el tambor, la gaita, los cánticos y gritos de algaraza y bullicio” Al alba llegan nuevos romeros atraídos por la devoción, la curiosidad o el deseo de divertirse. Después de rendido el culto todo el mundo se da a la negociación y al tráfico, que llena el espacio de la mañana hasta la hora de la comida, que se hace a la sombra de los árboles. Después de haber sesteado se disponen las danzas, que sirven de ocupación al resto de la tarde. Sigue diciendo Jovellanos: “Era yo bien niño cuando el ilustrísimo señor don Julio Manrique de Lara, obispo entonces de Oviedo, se hallaba en su deliciosa quinta de Contrueces inmediata a Gijón, el día de San Miguel. Celebrábase allí aquel día una famosa romería y las mozas, como para festejar a su ilustrísima, formaron su danza debajo de los mismos balcones de palacio. El buen prelado, que estaba en conversación con sus amigos, cansado de guirigay y de la bulla de las cantiñas, dio orden para que hicieran retirar de allí las danzas. Sus capellanes fueron ejecutores del decreto, que se obedeció al punto, pero las mozas, mudando de sitio, bien no tanto que no puediesen oírlas, armaron de nuevo su danza, cantando y recantando esta nueva letra que su ilustrísima celebró y oyó con gusto desde su balcón gran parte de la tarde:

“El señor obispo manda / que s´acaben los cantares; / primero s´an d´acabar / obispos y capellanes.”

Allí, sin duda alguna, estaban Francisco Marino y Gabriel Menéndez tañendo gaita y tambor, y testigos, igualmente de la anécdota que recordaba Jovellanos siendo niño.

Con todo ello hemos dado noticia de una pareja de gaiteros de mediados del siglo XVIII gijonés, y anotación a la VIII carta de Jovellanos a Ponz. Y al mismo tiempo cumplir con lo prometido de historiar gaitas y gaiteros en la Península Ibérica, como vengo haciendo.
Luís Argüelles
El Comercio 12/04/1981

Las ilustraciones no forman parte de la publicaión original.






   
                       

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